Series: House of Cards

Reseñas Series

FICHA:

Creador: Beau Willimon

País: EE.UU. 

Intérpretes: Kevin Spacey, Robin Wright, Kate Mara, Corey Stoll, Michael Kelly, Kristen Connolly, Elizabeth Norment 

Duración: 4 temporadas. 52 capítulos de 50 minutos.

Calificación: +18 años (XD)

Emisión en España: Canal Plus Series

 

Postureo al poder

Una de las últimas características de las series de televisión es que cada vez están más entrelazadas con cadenas comerciales. Netflix, Amazon, Yahoo… Tienen dinero y qué mejor para gastarlo que uno de los vehículos más utilizados por la población mayoritariamente consumidora (16-45 años). House of Cards es el ejemplo de eficacia empresarial. Ganadora de Emmys y Globos de Oro, esta serie política ha dado mucha popularidad al canal de streaming Netflix.

“¡Qué desperdicio de talento! Eligió el vil metal al poder. En esta ciudad ese error lo comete todo el mun­do. Así pues, el dinero es una mansión en Sara­so­ta que empieza a caerse después de diez años. El po­der son los viejos cimientos de roca que permane­cen durante siglos. No puedo respetar a alguien que no ve la diferencia”.

El que habla es el congresista Francis Underwood, in­terpretado por Kevin Spacey, protagonista y productor de esta serie. Habla directamente a la cáma­ra, definiendo a un personaje cínico, verborreico, ma­nipulador. Es un perfil que conoce bien: Sospechosos habitualesEl pez gordo, American Beauty… En este caso su ambición es política; Francis es un con­gresista ninguneado por su propio partido que ha­rá lo que sea necesario para lograr el trono de Secretario de Estado que le habían prometido.

Promesas incumplidas

House of Cards es de esas series que prometen tan­to que tienen poco que ganar y mucho que perder. Es­ta adaptación de una miniserie británica de la BBC, producida en 1993, cuenta con un reparto mag­nífico, algunos de los guionistas más prestigiosos en thrillers políticos como Beau Willimon (escritor de la obra de teatro original Los Idus de mar­zo, que trasladó de forma magistral al cine Geor­ge Clooney) y la dirección compartida de cineastas reconocidos como David Fincher (también pro­ductor), James Foley (Glengarry Glen Ross) o Joel Schumacher (Un día de furia). Por otro lado se nota un presupuesto generoso en las localizaciones presidenciales, el vestuario y la fotografía. Todo es impecable en el aspecto técnico, incluyendo la música y los magníficos créditos iniciales. Y sin embargo…

Hay demasiadas cosas que no funcionan en la se­rie. Es verdad que comparándola con la versión británica de los años 90, se ha modernizado la pla­nificación, la música y la interpretación (Robin Wright, ganó el Globo de Oro por su trabajo). Todo es más natural, menos forzado. Pero el problema es que Hou­se of Cards llega años después de El Ala Oeste de la Casa Blanca o The Good Wife. Y no hay color. Faltan de­sarrollo de personajes, talento e inteligencia para describir las zancadillas po­líticas que debían resultar jugadas maestras y aca­ban siendo vulgares y previsibles maniobras. Esto ha­ce que la serie sea monótona y superficial en dema­sia­dos tramos, sostenida por un buen casting que pa­rece pedir a gritos unas líneas de diálogos más ela­borado.

Vicios heredados

Además, la serie comete un error habitual de algunas producciones Showtime (HomelandDexter) y la mayoría de la HBO (Juego de tronosBoardwalk Em­pire): enfatiza demasiado los aspectos escabrosos de la historia. Resulta sorprendente que siga habiendo guionistas que tengan que definir un personaje sexoadicto como el que interpreta Corey Stoll con un nivel tan vulgar y primario de escritura.

Esto hace que House of cards sea una serie que de­frauda las enormes expectativas que había generado. No existe la magia que hemos visto en Argo, en el final de Los idus de marzo con el duelo de Ryan GoslingGeorge Clooney quemando la panta­lla, Michael Sheen devorando a preguntas a Frank Lan­gella (Frost contra Nixon), o Vanessa Redgrave in­crepando a Ralph Fiennes (Coriolano). Y por supuesto estamos muy lejos del nivel de series como El ala oeste de la Casa Blanca o la serie danesa Borgen, o incluso de la menos publicitada Secret State.

Si no se han visto ninguna de estas películas y series, ninguna de las series que antes he mencionado, probablemente el juicio sería más benévolo. Pero si House of cards se analiza como una serie hija de su tiempo, la conclusión es claramente desfavorable en un momento ple­tórico del cine y la televisión del género político.

El declive definitivo

Uno de los aspectos que más cuidan los creativos de las series es el arranque y despedida de una temporada. Ahí se juegan la fidelidad del espectador. En House of Cards termina la primera temporada y empieza la segunda con la misma escena: el matrimonio Underwood haciendo footing nocturno. Desconozco el valor metafórico que debe tener este personal homenaje al chándal, pero desde luego me cuesta recordar una escena más anodina para captar al espectador.

Pero nada comparado con el primer capítulo de la segunda temporada. La escena de Robin Wright amenazando a una embarazada con una perversidad que ni Hannibal el Caníbal, y especialmente la escena del metro con Kevin Spacey y Kate Mara es una caída en picado en toda regla. En el fondo es una consecuencia lógica de lo que comenzó siendo una historia sobreactuada y maniquea, en la que el protagonista va cortando cabezas de posibles candidatos con la facilidad con la que se ajusta la corbata.

En la tercera temporada el ritmo y los giros están algo más medidos que en la segunda, y también se logra que no todos los trapos sucios de los políticos tengan motivos sexuales. Aún así la serie continúa siendo postiza y repetitiva, con un protagonista tan enamorado de sí mismo que resulta evidente y aburrido.     

Firma: Claudio Sánchez

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